lunes, 18 de octubre de 2010

El escritor ágrafo I

Había tomado absolutamente en serio las palabras de un maestro de las letras, y se consideraba el escritor mas prolifero vivo. A pesar de jamás haber escrito nada en sus miles de conversaciones de café sus relatos eran casi infinitos e imposibles de ser reconstruidos por lector anónimo alguno, solo sobrevivían como fragmentos  en la memoria de sus interlocutores circunstanciales, más que en su propia memoria.

Despreocupado de la crítica, que jamás podría considerar su obra, aseguraba que ella no le daba alcance por la extrema sutiliza de sus escritos, que los hacían intangibles a toda institución. Totalmente consciente de la revolución que había producido al transformar definitivamente la categoría del lector, se sentía el único vanguardista capaz de terminar con la vanguardia.

Si bien algunos habían supuesto que cada lector es único y aunque el texto fuera el mismo a disposición de muchos, existía un lector único en cada acto de lectura, en su caso la situación era radical. Uno y solo un único lector tenía la posibilidad de ser receptor de  su relato.

Pleno de convicciones vacilaba a la hora de evaluar el riesgo al que se sometía, y en esto también era un innovador, de renunciar a la soledad del escritor. Su texto, si así podemos llamarlo, era un hecho compartido, necesariamente compartido por sus lectores. Estos hechos lo separaban más que otra cosa de la comunidad letrada.

Si bien sabia los enormes beneficios que esto traía a la calidad de sus relatos lo hacía dudar acerca de su propia subjetividad, es decir, estaba convencido acerca de su producción, a la que calificaba sin temor de alta literatura, pero no sabía bien si era correcto considerarse así mismo como un escritor.

Muchas veces sentía que en su caso el dominio del texto era absoluto, lo anulaba en forma decisiva. El relato lo sepultaba hasta las profundidades de una humanidad perdida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario