miércoles, 29 de septiembre de 2010

Filosofía


Del atolladero de la técnica impuesta como necesaria para la práctica teórica se puede salir, o mejor dicho, intentar salir por el ejercicio del pensamiento. Pensar en su sentido mas estricto suele sernos algo un poco ajeno en estos días y esta es la misión de la filosofía, de ese espacio de saber que aun podemos reconocer bajo ese nombre. No es que la filosofía pueda ni deba reemplazar a otros saberes más oportunos en las labores teóricas, sino que es la que puede permitir la distancia necesaria para que el objeto no anule al sujeto.
La distancia nos coloca en el plano del sentido que todo tecnicismo productivo desdibuja borronea en un horizonte que se oculta por los hechos más inmediatos y contingentes.
De esta encrucijada de los saberes y de su sujeto partió la profunda reflexión de Heidegger y el desafío que lanzo a sus contemporáneos, y tanto las circunstancias como las cuestiones mas de fondo están aun vigentes, es por eso que seguimos bajo el signo hedeggeriano de su reto a volver a pensar el ser, es decir, volver a la pregunta por qué mas bien el ser y no la nada.
Realizar las tareas actuales del pensamiento, es decir, de la filosofía, no es un abordaje simple y de solo enunciación, sino una labor compleja atravesada por la multiplicidad de un conocimiento acumulado y estructurado que resiste a la reflexión mas distante.
Del signo hedeggeriano queremos ser conscientes y enunciar las tareas pendientes de una filosofía del ser que no puede ser copia de otras sino un nuevo punto de partida.
De la filosofía de que hablamos no es sistema, ni relato técnico de las grandes doctrinas, es la práctica de formular un dispositivo de entendimiento de los problemas más acuciantes del hecho teórico. Es la posibilidad de poner en palabra, de enunciar con mayor cuidado y precisión aquello que hoy es obstáculo y a la vez posibilidad del desarrollo de la conciencia.
La filosofía requiere también ella sus limitaciones, sus recortes,  la delimitación de sus objetos, su campo de acción. Puede ser muchos de sus despliegues, aun en el sentido más tradicional, y ser todo esto valido, pero entendemos que es necesaria alguna demarcación y nosotros nos situamos dentro de un corte determinado, aquel menos pretencioso, de la formulación distante de problemas, de la formulación adecuada de las preguntas y del dispositivo de enunciación e indicación más adecuado.
Dentro de esta delimitación las cuestiones planteadas por Heidegger en su crítica de la técnica y su ponderación del lenguaje y la poesía nos parecen de absoluta pertinencia para poner los mojones que orienten nuestro campo.
Que filósofos como Sloterdijk o Agamben estén hoy a la vanguardia de la filosofía y que sus temas se dirijan en este sentido son buenos indicadores de lo que proponemos.
E incluso a esta altura podemos decir que las tajantes diferencias que existían entre la filosofía continental y la angloamericana comienzan a disolverse dentro de una visión donde los puntos de contactos son cada vez mayores tal como se observa en Rorty, Taylor o Bramdon.
El resultado de la filosofía es una visión del mundo y en esto está la coincidencia con la práctica literaria, pero la novedad que postula Heidegger en este punto es que en el acto poético se produce un pensar el ser que mas allá de la individualidad de estas acción es cuestión de la filosofía que en contradicción con el hecho literario es una pretensión de universalidad.
En lo individual se anuda cierta forma posible de lo universal.
En este sentido dice Heidegger hablando de Hölderlin y la esencia de la poesía:
“Hölderlin no se ha escogido porque su obra, como una entre otras, realice la esencia general de la poesía, sino únicamente porque está cargada con la determinación poética de poetizar la propia esencia de la poesía. Hölderlin es para nosotros en sentido extraordinario el poeta del poeta. Por eso está en el punto decisivo.”

Esta carga de determinación es lo que señalamos que puede ligar de un modo teórico lo individual a lo universal.
Aquí tiene lo literario una ventaja a la práctica teórica de la filosofía, resiste mejor la contaminación técnica.
Carece de ese rigorismo de las academias.

martes, 14 de septiembre de 2010

Esas puertas son las nuestras

Esas puertas que Morábito no se propone cerrar, que en realidad tampoco están francamente abiertas, nos hablan de las malicias del escritor. De los meandros del autor, del trabajo recurrente de un texto que busca su lector. Pero que sólo accede al único interlocutor aceptable, espejo del escritor, un igual no idéntico. Disputa de la propia afirmación donde el horizonte del otro debe ser asaltado por el deseo propio.
Esas puertas no deberían…
Esas puertas no pueden satisfacer su objeto, son “indebidas”, pero necesarias para el cumplimiento de un rito. Sin él todo peligra. La escritura puede ser imposible.
“¿Es usted escritor?, pregunta ella. Si responde Tusnesdor, ¿cómo lo adivinó? Yo también lo soy, responde la mujer, y le mentí cuando le dije que el seguro de mi puerta no funciona.”
 El escritor es indebido, es la única posibilidad con la que cuenta para jugarse a pasar por sobre la distancia que lo separa del texto. En su relato va algo de él, hay una perdida que sólo es soportable si se la recupera como ganancia. En ese punto hay que estar dispuesto a todo, a fingir, a mentir, a robar, …
El intercambio solo es posible de este modo, el engañador es engañado y las puertas cargarán con la culpa.

Rodeo inútil


A qué viene todo esto, acerca de lo que Rocamadour no pudo, y la maga lo padeció.
Quizás en aquello que el Minotauro de nuevo rostro se liga con el libro de saltos.

Pero en definitiva lo que buscamos es dar cuenta del paso de la letras, de una lectura que se apresura en los dictados de una figura que expresa nuestro tiempo. Aquel tiempo donde ponemos en acción, nuevamente los saltos de una rayuela eterna, infinita, de una extensión imposible.
Simplemente ir registrando un pasar de historias de actos de la palabra que saben decirnos algo, contarnos algo.
Estamos dentro de este mito.
Un mito que también produce su propia escritura de forma espontánea, instantánea como la reflexión urgente a flor de la sensible mirada de lo cotidiano.
Todo esto resulta como un preámbulo, y como tal realmente innecesario.

Rocamadour: ¿por qué todo fue tan breve? Tanta soledad en la Maga
Él: Fue necesario, inevitable
R: difícil admitirlo,   … poco creíble y si fuera de ese modo peor

La segunda muerte de R estaba próxima.