martes, 14 de septiembre de 2010

Esas puertas son las nuestras

Esas puertas que Morábito no se propone cerrar, que en realidad tampoco están francamente abiertas, nos hablan de las malicias del escritor. De los meandros del autor, del trabajo recurrente de un texto que busca su lector. Pero que sólo accede al único interlocutor aceptable, espejo del escritor, un igual no idéntico. Disputa de la propia afirmación donde el horizonte del otro debe ser asaltado por el deseo propio.
Esas puertas no deberían…
Esas puertas no pueden satisfacer su objeto, son “indebidas”, pero necesarias para el cumplimiento de un rito. Sin él todo peligra. La escritura puede ser imposible.
“¿Es usted escritor?, pregunta ella. Si responde Tusnesdor, ¿cómo lo adivinó? Yo también lo soy, responde la mujer, y le mentí cuando le dije que el seguro de mi puerta no funciona.”
 El escritor es indebido, es la única posibilidad con la que cuenta para jugarse a pasar por sobre la distancia que lo separa del texto. En su relato va algo de él, hay una perdida que sólo es soportable si se la recupera como ganancia. En ese punto hay que estar dispuesto a todo, a fingir, a mentir, a robar, …
El intercambio solo es posible de este modo, el engañador es engañado y las puertas cargarán con la culpa.

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